Colombia y la Transición Energética

Ing. Geólogo Universidad
Nacional – Medellín
Master Estudios Políticos
Universidad Javeriana
La huella de carbono como indicador ambiental refleja “la totalidad de gases de efecto invernadero (GEI) emitidos por efecto directo o indirecto de un individuo, organización, evento o producto”. Tal impacto ambiental es medido llevando a cabo un inventario de emisiones de GEI o un análisis de ciclo de vida según la tipología de huella, siguiendo normativas internacionales reconocidas.
La huella de carbono se mide en toneladas de CO2 emitidas, y es así como cada uno de nosotros deja una huella de carbono en el planeta según nuestras costumbres, el consumo, los hábitos y los mecanismos de producción que utilizamos para nuestro desarrollo personal y económico. Es así como, en Estocolmo (2013), en el Panel Intergubernamental de expertos sobre el cambio climático –IPCC- se señaló a los seres humanos como los principales responsables en un 95%, de lo que en su informe llamó ‘inequívoco’ cambio climático. Así mismo, los investigadores de la ONU, concluyeron que como consecuencia de esto habrá un aumento del nivel del mar entre 0.26 a 0.85 metros, y de la temperatura en el rango de 0.3°C a 4.8°C, al año 2100.
El aporte colombiano a la huella de carbono global es de 74.954 kilotoneladas de CO2, (se estima que cada colombiano en promedio emite 4 ton CO2/año) lo que equivale al 0.2% del aporte global en el año 2018. Atendiendo a compromisos internacionales, el gobierno ha planteado la estrategia de reducir en 20% al año 2030 las emisiones de gases efecto invernadero.
Colombia con base en esta valoración y habiendo cuantificado su huella de carbono, ha empezado a implementar una estrategia de corto plazo conocida como 3R – Reducir, Reciclar, Reutilizar – con la cual se propone la reducción o compensación de emisiones y establecer los proyectos de mediano y largo plazo a través de diferentes programas, públicos o privados, en resonancia con su modelo de desarrollo.
Esta iniciativa debe ir de la mano con la expedición e implementación de políticas públicas de mediano y largo plazo, que faciliten los volúmenes de inversión que se requieren para el arranque de los proyectos energéticos alternativos. Sin duda alguna, en la aldea planetaria se asiste a una “nueva onda” productiva de la humanidad, a lo que algunos han llamado: La Economía Post-Carbono.
Si la idea es actuar en resonancia con la ecuación climática, para que su sumatoria sea cero emisiones, debemos pensar en el largo plazo y ser plenamente conscientes de dos cosas: la primera, es que las energías alternativas de origen no-fósil, no han participado significativamente en el mercado mundial de la energía hasta hoy; y la segunda es el entendimiento que la reconversión a una Economía Post-Carbono, será cuestión de al menos cinco décadas.
A nivel global todo apunta a que el gas, hidrocarburo de origen fósil, será el vehículo más importante de la transición energética por su gran poder calorífico y su casi nulo efecto contaminante y así hará honor al título nobiliario con el cual es conocido este hidrocarburo: “el príncipe de los hidrocarburos”. Este hidrocarburo debe ser el centro de la política de transición para consolidar una matriz energética más limpia de cara a este nuevo periodo de la humanidad.
En Colombia, el uso del GLP ha estado en crecimiento sostenido, aun durante este periodo de pandemia, y esto debe continuar siendo una prioridad. El mantenimiento y la expansión de la infraestructura, para atender las necesidades residenciales e industriales en crecimiento debe estar al orden del día, y así facilitar las condiciones que apoyan y fomentan una reactivación económica con base en el gas. No sobra advertir, que el compromiso de las oficinas gubernamentales competentes para la expedición de la normatividad que regula estas actividades, es clave para generar confianza y apoyar un proceso que es fundamental en el futuro del país.
Garantizar el suministro de gas debe ser el pilar fundamental de la estrategia, y esta se implementa volcando todos los esfuerzos a la Exploración de gas, ejecutando los proyectos que hacen curso algunos años atrás y monetizando los anunciados descubrimientos en el “offshore” colombiano. Así se alejan los fantasmas que causan los mensajes institucionales que señalan la inminente pérdida de la autosuficiencia de gas y la casi segura importación de este hidrocarburo. Esto generaría dependencia energética de un tercero en el suministro de este elemento estratégico y configuraría un factor de riesgo en proyectos de Inversión.
Ahora demos un vistazo a los elementos de lo que sería una nueva matriz energética colombiana, con energías renovables o “limpias”, principalmente en emisiones de CO2:
Colombia cuenta hoy con 140 MW instalados de energía solar equivalentes a 400.000 paneles solares, y en el marco del proyecto gubernamental de transición energética 9 de cada 10 proyectos son de energía solar como fuente de electricidad y calor –fotovoltaica y termosolar-. Se estima que para 2030 cerca del 10% del consumo energético en Colombia va a provenir de esta fuente-UPME, 2017-.
Si se acepta la cifra de La Union of Concerned Scientists, donde se señala que 18 días de irradiación solar contiene la misma cantidad de energía que la acumulada por todas las reservas mundiales de carbón, petróleo y gas natural, entonces estamos enfrente de una poderosa e inagotable fuente de energía no emisora de CO2. Pero, no todo son bondades, el país igualmente debe prepararse para sortear las dificultades que se derivan del uso de esta tecnología como son: la baja eficiencia en producción energética; la disposición final de los sistemas de almacenamiento (baterías) y los materiales tóxicos, adicionalmente, el manejo de las grandes extensiones de tierra requeridas para la producción a gran escala y la infraestructura de transporte asociada son los principales retos a futuro.
En La Guajira -parque Jepírachi- desde el año 2004, se tienen instalados 18,42 megavatios, generados a partir de energía eólica. Esta región tiene unas características muy importantes para desarrollar proyectos eólicos, como son la velocidad del viento (es mayor a 10 kms. /segundo, característica que se califica con 7 en la escala de 1 a 10). La facilidad que presenta el territorio para desarrollar infraestructura y la oportunidad de crear polos de desarrollo alrededor de estos parques es un desafío importante.
Es así como el gobierno nacional en desarrollo de la política de transición energética, realizó una subasta (en octubre 2019), y en ella entregó 9 proyectos para la construcción y puesta en marcha de parques eólicos en la Guajira por un espacio de 15 años, con los cuales se pretende generar 1.577 megavatios a 2022. Los parques eólicos proyectados a 2031 son 65 en la alta y media Guajira, con 2.600 generadores que producirían 6.500 megavatios, el 98% en territorio Wayú. Es importante señalar su bajísimo impacto ambiental, ya que un molino de viento evita la emisión de 6.300 toneladas de CO2 a la atmósfera.
Además de ser una energía completamente limpia, es muy segura ya que no genera residuos ni contaminantes, tomando distancia de los riesgos de contaminación del suelo y de las fuentes hídricas, con lo cual se presenta amigable con la agricultura, la ganadería y las comunidades. La Guajira y su excelente ubicación geográfica podrían integrar los parques eólicos en tierra con los parques en el mar –mareomotriz- y además construir las energías de respaldo para épocas de escaso viento. Análisis de impacto de ruido y rutas migratorias de aves deben ser considerados en la construcción de estos parques eólicos y asumidos como los retos a superar en el desarrollo de esta actividad energética.
La biomasa representa un buen potencial energético para Colombia. La generación a partir de biomasa en el país es de 40MW en 10 proyectos. La gran ventaja de la biomasa es que convertimos residuos de origen forestal y agrícola en recursos, lo que supone aumento del reciclaje y reducción de los desechos. La materia prima está representada en la producción de bagazo de caña (1.5 millones de ton/año), la cascarilla de arroz (457.000 ton/año) y desechos del café y banano, así como el fruto de palma de aceite representan grandes oportunidades de biomasa en el país.
El uso de la biomasa vegetal acercaría las zonas rurales al modernismo al brindarle acceso a la energía eficiente, generando mano de obra en el entorno rural y ayudando a formar un tejido industrial. La energía de biomasa no contribuye al cambio climático, siendo su balance en emisiones de CO2 totalmente neutro.
Colombia ocupa el puesto 35 en el escalafón de sostenibilidad energética del consejo mundial de energía (WEC) y el sexto el América Latina; en 2 años el país aumento 5 veces su capacidad instalada de energías renovables con 140 megavatios y están en curso proyectos de autogeneración y contratos bilaterales que aportarán otros 300 megavatios. Por ahora, los esfuerzos de generación de energía y calor están principalmente concentrados en el Sol y el viento, el potencial derivado de la biomasa debe ser evaluado y desarrollado, superando y aprendiendo de la desagradable experiencia de Bioenergy. Energías derivadas de la geotermia, el hidrógeno verde y las mareas están disponibles a la creatividad de investigadores y políticos. Amanecerá y veremos!.